martes, 17 de agosto de 2010

Cada quien en su sitio, pero con respeto

Aunque a veces no nos demos cuenta, o se nos pase desapercibido, el sentido del límite es un mecanismo necesario que todos tenemos que aprender a poner en práctica antes o después para defender de lo público nuestra esfera privada.

Pero se trata de sensaciones que uno va racionalizando y esto lo he entendido mejor leyendo este fragmento de texto: “uno tiene la tendencia ahora en pleno siglo XXI a defender la libertad y la eliminación de los límites. Sin embargo los límites nos permiten estructurarnos. Un camino tiene dos bordes que son sus límites. Si no existieran esos límites uno andaría perdido en una especie de desierto. Los límites orientan, son útiles”.

Eso es lo que comenta Marco Aguinis, escritor argentino, que ha venido a la Feria del Libro de Lima, del 22 de julio al 4 de agosto, para presentar su libro “El elogio del placer”.

Pero el escritor argentino -advierte- en una entrevista al diario El Comercio que “la vida es un continuo combate entre las tendencias eróticas y tanáticas. Una apuesta hacia la vida, el crecimiento, el florecimiento y la otra a destruirlo todo”.

Entre la construcción y la destrucción está la educación de los sentimientos al igual que la educación del respeto, ambos son sumamente claves en el desarrollo personal y familiar, porque cruzan, nos siguen, acompañan y ponen o alejan de la vida civil permanente y continuamente. Llega un momento en el que el ser educados nos pone en el centro de la vida y el no serlo nos deja en sus márgenes.

He conocido a gente instruida, grosera y antipática y a personas humildes, sensibles y sencillas cuyos comportamientos me hacían pensar mucho en las diferencias que hay entre ser instruidos y educados. El instruido puede ser una persona leída y especialista en un campo del conocimiento pero tener ínfulas y tratar mal a las personas. Los educados y educadas son siempre personas que respetan a los otros y tienen una capacidad bastante desarrollada para desenvolverse con prudencia y criterio ante cualquier tipo de grupo social.

Esta cuestión se acerca mucho a lo que estuve hablando hace poco con Rocío Silva Santisteban, directora de la carrera de periodismo de la Universidad Ruiz de Montoya en Lima, cuando nos referimos a ese irrespeto que existe todavía en varios sectores de la cultura peruana por las otras culturas, y esto me decía Rocío, se notaba por ejemplo en cómo la literatura peruana aún queda en un segundo plano en las universidades peruanas, cuesta hacer notar a la academia y a la gente que los nuestros en su diversidad cultural también pueden ser ciudadanos y tienen derecho a ser considerados parte integrante de la sociedad.

De todos modos es relevante que estos debates se den en el seno de las facultades de humanidades peruanas y entre sus intelectuales, pues el reconocimiento de la interculturalidad es el segundo paso que está por darse, seguido del buen paso, el de la democracia, que está viviendo en el país.

Para redondear la idea de los límites, la educación y el respeto queda claro que estos son estados de conciencia, actitudes y prácticas que posiciona a una persona en un espacio social real, que el hecho de cultivarlos y racionalizarlos, explicándolos y definiéndolos, posibilitan alcanzar un sitio. Ahora que en el postmodernismo hablamos de libertades y conexiones, se suele olvidar que la privacidad, el auto concepto de sí mismos en un lugar específico está sufriendo modificaciones con el mercado y el consumo, que a su vez han modificado las éticas del trabajo y la responsabilidad.

Para darle más elementos a la reflexión de este artículo incluyo aquí ésta frase sobre la libertad, escrita por el poeta y filósofo italiano Arturo Graff: “Si no disfrutas la libertad interior ¿Qué otra libertad esperas gozar?

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