domingo, 18 de octubre de 2009

La Comunidad

Ya empiezan los primeros vientos gélidos en Milán. La noche aquí muy cerca del Parco Marinai d’Italia y Piazza Cinque Giornate me enfría la nariz y me recuerda mis tiempos de resistencia personal en Italia, cuando las nostalgias y los recuerdos de Lima, reaparecen derrepente en la sensación de escalofrios que produce el frío detrás de las ventanas.

La televisión está encendida y con los niños de la comunidad de acogida, donde trabajo como educador, hemos terminado de ver una película donde el protagonista es "Garfield", el gato come lassagna y astuto, que se la sabe todas, con muchos amigos y querendón. Con los niños rio como siempre y comparto este espacio físico, emocional y cercano al mismo tiempo, donde ellos y yo vivimos juntos la comunidad. Una vida que a estos niños y niñas y a mí me ha tocado vivir por varias horas de días, semanas y meses. En estos casi siete años de educador, me quedan siempre presentes las palabras de mis colegas que me antecedieron y que, por motivos familiares, ya dejaron el servicio. Ellos pasaron entre 9 y 20 años en esta apartamento de Milán, donde funciona la comunidad de acogida. La paciencia, la calma al momento de afrontar las discusiones internas con los menores, la atención esmerada hacia ellos y el sentido común, son algunas de las consideraciones que en mis muchas conversaciones con mis colegas surgían, se repetían, abrían y cerraban los cambios de turno.

Mi experiencia de trabajo como educador de menores también me ha enseñado que uno debe mantener siempre en pie la idea del rol, la perspectiva que uno es el facilitador de un proceso, y de un momento, un tiempo en que los menores que viven en una comunidad, están cumpliendo un rito de cambio, una coyuntura (que a veces dura muchos años) entre sus casas, sus propias historias personales y las relaciones con sus padres. Ellos están elaborando sus vivencias adversas mientras están aquí. La empatía comunicativa, la capacidad de decir sin hablar: con los gestos, el respeto, la presencia misma pueden producir cambios importantes en la vivencia de los seres humanos; en las formas de ser y hacer. En mis tiempos de educador he aprendido que la presencia física durante la jornada en un espacio familiar o social, donde se mantienen vínculos interpersonales significativos, la comunicación constante, que no es necesariamente invasiva, y la capacidad de ser representativos, serios, coherentes, afables, pero también formales pueden marcar la diferencia en la relación educativa entre el educador y el menor de una comunidad de acogida.

Pero lo que estoy diciendo en estas últimas líneas es puro análisis, apenas una aproximación para tratar de explicar una relación humana entre educadores y menores, sin llegar a una paridad de trato (porque eso sería comportarse como jovenzuelos, que es siempre riesgoso en un espacio educativo, donde el cómo ponerse frente al menor es el papel mismo del educador, sin ser ni muy serio ni muy informal). Es que al fin y al cabo, me doy cuenta que tanto el educador como el menor de la comunidad vivimos una misma experiencia, en un espacio de búsquedas, respuestas, conversaciones, enfrentamientos, tristezas, identidades, sueños, miedos, anhelos, esperas, y muchas esperanzas. El desafio, la apuesta y la convicción que me mueven a ejercer el oficio de educador es el de creer que los niños, pueden tener la posibilidad de vivir una realidad diferente, con un poco más de armonía, sin tantas peleas. La fe en la transformación del hombre y la mujer para hacer el bien y en su creatividad para vivir la vida, transformando la realidad, es un buen ejemplo que me deja mi experiencia de educador de comunidad.

La índole gregaria que tiene el ser humano y la capacidad de creer en los cambios de las personas es lo que a mí personalmente me deja pensando el hecho de ejercer como educador, lo cual significa un acto continuo, y un atteggiamento di pensiero en mi historia personal si se me permite la licencia de la frase. El hecho mismo, que uno pueda sentarse a elaborar sus vivencias, como lo estoy haciendo en esta noche de otoño, es un tiempo de reflexiones necesarias.

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