jueves, 2 de junio de 2011

Democracia, participación ciudadana y bien común

Los movimientos sociales y las nuevas narrativas locales están cambiando el sentido de participación y representación ciudadana. Ahora las voces de protesta no son simples enunciados sino también  tomas de decisiones, que incluyen el uso de las redes virtuales y los medios digitales.

Y esto lo podemos ver desde la primavera árabe que ha movilizado a los pueblos de Egipto, Túnez y Libia contra las dictaduras, o el M15 conformado por movimientos de jóvenes españoles que piden cambios políticos y sociales, pasando por “la fuerza gentil” que representa la elección del izquierdista Pisapia como alcalde de Milán, en esta tendencia están también las polarizadas elecciones peruanas que han hecho resurgir el tema de la inclusión social, con la elección de Ollanta Humala.

Estas manifestaciones sociales demuestran cómo la sociedad de hoy pide cambios políticos a favor de las grandes mayorías y de los menos favorecidos por el sistema económico neoliberal, que si bien es cierto, es un tipo de sitema que favorece el desarrollo comercial en el mundo, no logra todavía avances en lo educativo, en la generación de empleo y en el ejercicio de deberes y derechos para todos. Uno de los errores de base del sistema socioeconómico contemporáneo es que está generando en la población la condición de consumidores. Una realidad donde hay más transacciones que relaciones sociales.

Los hechos políticos de estos últimos meses que acabamos de mencionar revelan que es necesario reivindicar una conciencia de participación activa en la esfera pública, es decir en los lugares sociales en los que nos desempeñamos en la familia, el trabajo o la ciudad. Los Estados económicamente fuertes no bastan para soportar al desarrollo de un país, hace falta complementar las medidas y posturas políticas con un sentido de bien común e inclusión social. La gente no se siente parte de los procesos políticos, y en cambio se sienten ajenos y oprimidos por los gobiernos de sus ciudades, viven la vida de todos los días como sujetos inmersos en sistemas en el que “solo” deben pagar impuestos, se sienten vulnerados por la falta de seguridad y perciben a los demás como rivales o gente que hay que excluir de un círculo o asociación de personas.

Las imágenes que ofrecen la televisión, el cine y los videoclips si bien generan “distracción y entretenimiento” en una sociedad mediática del “espectáculo”, resultan insuficientes para sostener los deseos y las aspiraciones de la sociedad, por eso que se está retomando la importancia de las palabras, porque las palabras contienen significados, ideas, reflexiones, pensamientos. Si no se ha dado cuenta vivimos en una sociedad donde hay más imágenes que palabras. Tenemos que recuperar las palabras y aprender a usarlas para definirnos, aprender, compartir, significar, denunciar o proponer como ciudadanos. Las palabras de esta nueva estación política mundial que más se han pronunciado insistentemente han sido tres: “democracia, participación ciudadana y bien común”, son ideas que se han ido convirtiendo en la voz unánime de los jóvenes, adultos y mujeres que participan de las movilizaciones, escriben en las redes sociales o comentan los problemas sociales que viven ellos y ellas como personas en sus comunidades y países.

Existe el bien y el mal así como la injusticia, le exclusión social, la corrupción, el abuso de autoridad, la discriminación; los poderes políticos antidemocráticos son parte de ese mal y daño que producen las sociedades de los países ricos y pobres, mientras ese mal no nos toque lo vemos en un reportaje por televisión o sabemos de ellos por las crónicas de los periódicos, pero cuando de alguna manera notamos la presencia de esos males, es necesario asumir una posición y tener una opinión. El silencio es cómplice y la opinión ciudadana una fuerza que ni los más potentes pueden callar porque es la voluntad de muchas personas. Ningún sistema le puede quitar la palabra a las personas. Opinar en democracia no es gritar ni imponer, es más bien discrepar y proponer con respeto. Es una cultura que se aprende, una condición del bienestar, que quizás en el tiempo se convierta en una materia de estudio en la escuela, para que las sociedades, la política, las fuerzas económicas no se olviden y recuerden que la democracia es una condición clave para la sostenibilidad del desarrollo, que se gesta entre las instituciones y los ciudadanos.

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