lunes, 7 de enero de 2008

El agente sociocultural critico en la globalización

Hoy el post-modernismo y la globalización son procesos mundiales que además de cambiar las relaciones económicas y de interdependencia, nos expone a nuevos valores y conductas, más orientadas hacia el consumo que a inculcar, o al menos a alentar, una responsabilidad autopersonal y social.
Con estos procesos importantes ―hay que decirlo que han propiciado la democracia y el libre mercado― existe un retorno al sujeto en detrimento de una sociedad, donde el individuo socializa menos.
Además, se prescinde de Dios y de relaciones interpersonales donde se intercambian significados y sentimientos que se reducen o se convierten, como en el caso de los enamorados o las parejas de esposos, en tragedias personales o sociales, porque hay una ausencia de conciencia sobre los conflictos. Una intolerancia frente al otro, a mi alteridad.
Ya se ha dicho incluso, lo escuché (en el Congreso mundial de comunicación para el desarrollo, en octubre de 2006, en la Fao de Roma) que “las sociedades tienden a ser no comunicadas, en el mundo mediático”.
Sin embargo, frente a esto se está discutiendo en las facultades de ciencias sociales, sobretodo europeas, de las audiencias de los mass media como una realidad de hombres y mujeres que desde sus espacios sociales de recepción de mensajes mediáticos reelaboran mensajes y redefinen la propia cultura comunicativa en la vida cotidiana.
Dos conferencias internacionales dedicaron exposiciones y papeles a este tema el: “Media, Communication, Information del IAMCR” en la sede de la Unesco en París en agosto de 2007, y un mes después, la conferencia “Transforming audiences” organizada por la Universidad de Westminster en Londres. Conferencias en las que participé y de las que comentaré luego en otra oportunidad.
En lo social, Ludwig Huber, un antropólogo alemán que trabaja en Perú reclama en su libro “Consumo, cultura e identidad en el mundo globalizado. Estudios de caso en los Andes”, que no hay ningún intento serio por saber cómo las sociedades no occidentales construyen sus propias modernidades, asimilando y a la vez transformando influjos europeos y norteamericanos.
Es cierto, ¿quiénes nos interpretan y quiénes nos explican, aún más, quiénes nos definen como sociedad, personas y quiénes nos están describiendo la modernidad?
Las preguntas que planteo aquí son una provocación para repasar, desde nuestros contextos y roles, fuentes de información y mirar los referentes que tomamos en cuenta para entender la realidad, y un pedido de esfuerzo de crítica, reflexión y acción para comprender el reclamo de Huber, quien opta desde Perú por ver la globalización como “un salto cualitativo en la historia de la humanidad” situándola en el consumo y el uso de internet desde la cultura del ciberespacio.
Pero hay otro aspecto global y es la movilidad de personas que va aumentando, en flujos migratorios; los territorios se amplían a espacios mundializados donde el mercado (con sus medios los más masivos e influyentes la televisión y el Internet) y la cultura, los diversifica en una multiplicidad inédita de estilos de vida. Con lo cual la globalización no está homogenizando por el contrario hace heterogénea la cultura.
A raíz de estos procesos a escala mundial, está surgiendo una persona global, el consumidor, pero la persona humana arriesga en las transacciones y pierde lo mejor que lo hace único y sui géneris, leáse de género excepcional, es decir, su dimension sociocultural y su voluntad positiva de hacer el bien; pero un bien que surge como dice el jesuita Carlo Maria Martini, cuando se descubre lo ético que consiste en conducir al hombre hacia una vida justa y lograda, hacia la plenitud de una libertad responsable. Y añade, los imperativos éticos, rocosos, duros, si aplastan la voluntad malvada, dirigen hacia una espontaneidad mucho más alta la voluntad positiva de hacer el bien.
Pero el bien no surge en un clima de fácil optimismo, según el cual las cosas se van arreglando por sí mismas, no sólo enmascara el dramatismo de la presencia del mal, sino que apaga también el sentido de la vida moral como lucha, combate, tensión agónica; la paz se consigue al precio de la laceración sufrida y superada.
Pienso que hay que optar por una alerta militante entender y definir los propios roles sociales, responsabilidades, y su representatividad social (allí está la credibilidad de las propias acciones sociales) en la familia, la escuela, el grupo de pares, la academia, el trabajo, el distrito, el barrio, la ciudad, el país, la nación, la religión y la política। En el ámbito de la propia vida profesional y personal. No se puede dejar todo al mercado ni al consumo, ni ser pasivos ante él, pues se puede convertir en un tirano. Tenemos que asumir nuestra propia responsabilidad sabiendo que no somos solamente consumidores, sino también agentes sociales y culturales criticos capaces de dar y pedir dinero (la lógica del mercado), pero sobretodo, de dar y pedir significados y opinión pública al mercado y a los productores de signficado de la industria cultural. Ahí está el detalle, el mercado puede ser el tirano y el patrón déspota de nuestras vidas personales y sociales o nuestro compañero en el largo viaje de la vida, en el que todos como si fueramos un Siddharta, (el personaje del libro de Hermann Hesse que busca vivir completamente la propia vida) podemos fiarnos, del mercado, y entenderlo, como un potencial y un desafío estimulante para ir componiendo, nosotros como comunicadores y personas, ese universo de significados, con palabras, conceptos, sentimientos; y no únicamente con teconología para incluirnos y entender a los demás con nosotros, sin los cuales seríamos seres aislados de la sociedad y de la fascinante experiencia de la modernidad, donde el viaje y la movilidad ―una constante de ésta época― de personas, bienes e imaginarios, si no son interiorizados, pueden llevar a espacios y situaciones provisorias y precarias.

Franklin Cornejo Urbina

Milán, 7 enero de 2008